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Manifiesto al Proletariado Ecuatoriano

Conciudadanos:

Los miembros del Consejo Central del Partido Socialista Ecuatoriano, que firman este manifiesto, han venido luchando, desde la fundación de este organismo, vanguardia del proletariado, por consolidarlo y convertirlo en un fuerte aparato de lucha llamado a cumplir una misión histórica en el Ecuador.

La agudización de los problemas económicos en el transcurso del tiempo de cinco años, desde la fundación del Partido Socialista hasta hoy, ha comprobado que su formación no era una fantasía de políticos ni demagogos que levantan una bandera clasista para ir al poder y saciar ambiciones. El país entero ha comprobado que la creación de Partido Socialista era obra, no de los fenómenos sociales que se iban produciendo en la vida republicana, que llevaba en sus entrañas los vicios y las injusticias de los regímenes feudales de la Colonia y la tiranía de explotación implantada cruelmente por la corona de España.

Los partidos históricos, herederos de taras y aberraciones de la Conquista, han concluido la obra de aniquilar el país por medio de las ambiciones caudillistas sin programa y por el personalismo elevado a la categoría de bandera de reivindicación. La labor de desatino y de derroche llega ya a su colino y el Ecuador preludia la bancarrota, cuando la nacionalidad apenas entre en la madurez y en la civilización. Un Partido Socialista que destruya esos vicios; que al mismo tiempo construya la nacionalidad, sustentando una Carta Política; no para la defensa de las minorías privilegiadas; no para crear dioses del barro de los hombres; no para continuar el sistema económico desastroso y para mantener la esclavitud; mientras las constituciones llaman a todos los ciudadanos libres; no para continuar la obra ciega del conservadorismo y del liberalismo, sino para afrontar los problemas económicos, con principios científicos que no emanan de las teorías abstractas, sino del corazón mismo del pueblo, de sus sufrimientos, de su trabajo eternamente explotado y de la angustia general de todos los hogares que no estuvieron presentes en el reparto de la tierra y la riqueza nacionales; ese partido era necesario formarlo.

Con la creación del Partido Socialista, se acababa el caudillismo, por medio de la disciplina y de la plataforma ideológica; se extinguían las conveniencias sociales de la minoría y se proclamaba el derecho de los que forman la parte fuerte y laboriosa de la Nación; se luchaba contra el peligro del imperialismo extranjero y por la independencia nacional. El programa del Partido comprendía todo aquello que la amarga experiencia, no solo de nuestro País, sino del mundo entero, ha hecho necesario. Es la rectificación de todos los errores y de todas las injusticias.

El cuartelazo del 9 de julio vislumbró algo de esto y, por esta razón, el proletariado y la clase media estuvieron junto a esa bandera de renovación. Pero, ya hemos dicho, los militares que en su sana intención y en sus anhelos de justicia, abrigaron los ideales imprecisos de la revolución de Julio, no podían realizar esta salvación del pueblo, porque no pusieron su mirada en la clase social llamada a esta alborada y cayeron en los viejos factores de la historia de equivocaciones que han producido este caos en que se encuentra el País. El Partido Socialista buscaba la orientación justa y se preparaba para cumplir aquello que el desconocimiento no pudo realizar, pero en forma completa por su visión clasista.

Sólo el Partido Socialista ha levantado su voz valientemente y ha estado señalando la verdadera ruta del resurgimiento económico de todo el pueblo. Pero a este Partido no se le ha escuchado con verdadera fe; se ha estigmatizado su nombre y se ha levantado una campaña que empezando en los púlpitos, terminaba en las oficinas de Gobierno y en los salones de los ricos. El partido sabía desde antes que, si esta odiosidad no se hubiese levantado contra él, su labor habría estado errada; y, en vez de ser el defensor del proletariado hubiera sido el colaborador de los opresores. Pero, la principal acusación que tenía el Partido era la de hallarse sujeto a la Internacional Comunista, como un ciego instrumento de sus extraños designios. No fue justa entonces esa acusación; y vamos a explicar.

Cuando la madurez ideológica y el nivel político del Partido habían tomado raigambres en sus principales sectores, se verificó la adhesión ala Tercera Internacional, organismo completo, de frente único, formado por todos los partidos proletarios del mundo organizado a iniciativa de Lenin, quien tuvo una visión real de los acontecimientos presente y futuros. La Internacional fue entonces para nosotros, los revolucionarios marxistas, la realización suprema de un ideal de fraternidad y de apoyo mutuo que, borrando fronteras y razas, unía a los hombres, identificados en una misión grandiosa y convertíalos en hermanos, para cruzar la senda de una lucha sin precedentes. ¿Qué sujeción mantenía el Partido con la Tercera Internacional? Algo de común tenía que existir en el programa, en los métodos de lucha, entre nuestros problemas y el de todos los países del mundo, ya que el sistema capitalista es la base de todas las actuales sociedades con mayor o menor desarrollo, con sus fenómenos característicos y sus problemas diferentes en la magnitud y no en el germen de los diferentes pueblos. El programa quedaba al arbitrio de los partidos y solo después de varios congresos internacionales, se llegó a fijar tres tipos de países y tres programas flexibles para que dentro de ellos, pudieran sustentarse las realidades propias de cada uno. Por tanto, no podía confundirse la sumisión clerical al Papa con la de los partidos revolucionarios a la Internacional, eternamente confundida con la cuestión rusa, por un intencionado sistema de descrédito. No podíamos soportar dictaduras extranjeras por proletarias que fuesen, ya que los que se afilian a un partido de vanguardia tienen como base de su adhesión, la rebeldía que entre nosotros es planta exótica de las leyendas heroicas.

Pero hoy las cosas han cambiado como consecuencia lógica de una degeneración burocrática que hunde en el abismo de la dictadura a la Tercera Internacional. Hasta hace algunos días ninguna imposición y ningún apoyo también había recibido de ella nuestro Partido. Mas, la Tercera Internacional, últimamente, sin estudio consciente de las realidades nacionales y de la obra de los organismos superiores del Partido Socialista Ecuatoriano, lanza resoluciones dogmáticas, elaboradas en el escritorio, al pie del Polo Norte cuando nuestras realidades están cerca del Polo Sur; y las cuestiones características nacionales del ambiente y de la diferencia étnica nadie las conoce como nosotros, los ecuatorianos, aunque nuestro amor a la humanidad rompa las fronteras que encierran la tierra de los latifundistas.

Los que firmamos, miembros del Consejo Central del Partido Socialista Ecuatoriano, estamos por demás en un organismo que debe acatar órdenes, aunque en principio justas, pero equivocadas en la realidad. Existe desconfianza en los organismos de la Tercera Internacional para todos los intelectuales y se ordena cambiarlos en la dirección del Partido con obreros de fábricas. Si el nuestro es un partido proletario como el partido ruso; pero los rusos también, fueron guiados por los intelectuales; y su Estado Mayor, que pasará a la posteridad, redimió a los trabajadores rusos con su acción, sus conocimientos y su ciencia. Hoy se puede negar esto, porque la demagogia de los que mantienen el gobierno del proletariado, necesitan ocultar, con la fraseología, su calidad de intelectual. No desconocemos tampoco que el proletariado es el llamado a dirigir el partido en mayoría; pero reconozcamos también la obra de los intelectuales sinceros, la de los que se han afanado por formar, del polvo de la abyección pública, un partido rebelde que levante su frente y salve al País, porque la liberación del Ecuador depende de los trabajadores ecuatorianos y de todos los que tienen fe en el futuro y rechazan el pasado tenebroso.

En el Partido Socialista, desgraciadamente, quedan algunos elementos, quienes con su intransigencia y ciego acatamiento a la imposiciones de la Internacional Comunista, van desterrando a todos los que discuten y piensan, a todos los que encaramos el problema revolucionario en otra forma y con otra táctica con un sentido exacto de las posibilidades y de la acción. Estamos además en él, toda vez que nuestra obra, entusiasta y larga, ha sido calificada de oportunista y se nos tacha de agentes de la burguesía. Nuestros razonamientos son calificados de cobardía; nuestra energía y valor, de extremismos peligrosos; nuestras reservas, de oportunismos; y nosotros mismos, de intelectuales y pequeños burgueses, como si todos, los jefes de la revolución mundial, no hubieran salido de esa capa social, la que engendra los valores exponentes de una cultura y de una orientación de renovación.

Nuestro juramento de lucha por redimir el País, no lo abdicamos ni lo abdicaremos, ya que es una misión impuesta voluntariamente, que nace del sentimiento de humanidad y de la convicción científica de la justicia que defendemos.

Ya que la Internacional Comunista ha degenerado en el cumplimiento de su misión, y que ciertos sectores del Partido, especialmente del Consejo Central, se manifiestan intransigentes para toda crítica y para todo rechazo a las RESOLUCIONES emanadas de la Internacional Comunista, RENUNCIAMOS PÚBLICAMENTE, DEL PARTIDO SOCIALISTA ECUATORIANO DE LA TERCERA INTERNACIONAL COMUNISTA; y el grupo firmantes, hace un LLAMAMIENTO A TODOS LOS TRABAJADORES MANUALES E INTELECTUALES, sin distingos odiosos, con la única condición de la sinceridad en el ideal y la fe, para la gran obra que debemos cumplir.

El nuevo Partido SOCIALISTA, difundirá en todo el País el programa que sustenta, con principios y postulados que se acoplan al ambiente nacional y a sus propias características, sin sujeción a ningún ORGANISMO EXTRANJERO, y capaz de liberar a los trabajadores ecuatorianos de la explotación del capitalismo.

Quito, 6 de enero de 1931

Dr. Juan Genaro Jaramillo, Delegado al Consejo Central por León; Enrique A. Terán, por el Chimborazo; Juan F. Karolys, por El Oro; Leonardo J. Muñoz, por el Oriente; Rafael Campuzano, por Esmeraldas; Luis Gerardo Gallegos, por el Azuay; José Alfredo Llerena, por las Juventudes Comunistas del Ecuador.

Fuente: Patricio Ycaza, Historia del movimiento obrero ecuatoriana: De su génesis al Frente Popular, segunda edición revisada, Colección Análisis histórico, no. 1 (Quito: Centro de Documentación e Información Sociales del Ecuador (CEDIME), 1984), 315-22.


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